miércoles, 2 de julio de 2008

La Radio Sorda



Foto: Rigo Borda


Voy a contar esto bajo el orden cuadrangular de la mirada, para que Ella, pueda comprenderlo algún día:

Escena 1:

Ella duerme entre él y el radio, el bulto en el área izquierda del colchón y sobre el buró, el telégrafo sin cables. Éste, además de cumplir la función de despertador, es como un loro que distiende los monólogos, fauna oportunísima para sublimar los deseos. Pues no bastaba ya la proximidad de los cuerpos, la cohabitación anímica, hacia falta una respuesta, siempre una respuesta, una simple y sencilla confirmación sonora de pelota de ping-pong.

—No tiene caso, nunca dejarás de posar tus pechos sobre mí sin decir una sola palabra—le decía mientras acariciaba su espalda acompañada por Pastorius, y después por Coltrane.

—¿Y Mingus?, y la radio nunca contestaba.

Ya para esas horas los ronquidos eran gárgara a través de los acordes, pistones carburando una chispa onírica. Lo mismo daba si dormía, el aparato nada significaba para ella, las cursilerías de algunos programas, el academicismo de las voces matutinas, el mecánico sonsonete de la alarma.
Y no sólo ahí, en la alcoba, los oboes eran no otra cosa que lustroso escenario, siempre como un colmo de imágenes que aligeraba el silencio, (también para él, acostumbrado ya a la sinestesia).

Pero siempre el mal sabor del ojo: verla ahí en su néctar de guanábana madura, para después llegar al agrio sabor de los huesillos cuando se les muerde; saber que sólo habían impreso huella sus manos y quizá algo parecido a una sordina cansada; que antes de conmoverla había aprendido a esculpirla, que si podía presumir de cierto lirismo, sólo podría hablar, en ese momento, de aquello que emulaba su nariz respingada sobre la almohada.

Escena 2:

La alarma lo despierta. Él a ella con las ventosas del habla sobre el cuello y los hombros. Davis yBrubeck preceden al noticiero. Irrumpen las batallas del territorio, las marítimas, las comerciales, las filosóficas, todas concatenadas por un discurso unilateral, como el suyo, que nunca recibiría un “hemos escuchado su opinión, mire, creemos que las cosas son así, usted sabe a qué nos referimos” o simplemente un “te escucho”. Las noticias amenazan y a manera de corolario, una gimnopedia desnuda el baile de los pugilistas.

Ella despierta y saluda al día con las manos, como decorando el silencio con capullos que se abren y cierran. Siempre capturando las noticias y hechizando el ambiente con reminiscencias de la jones y susunshine. Y era tal su agilidad, que apenas una molestia impulsaba desde el húmero un índice definitivo, ya el puño condescendía a ocultarlo, ya el pulgar invitaba a las falanges a suavizar el gesto pendiente en el aire, ya el seño sugería una furia y entonces se veía las manos arrepentida, sin poder gritar. Y a él correpondía un Wagner introducido por la voz monótona y gangosa del locutor: Parsifal, como en la Patagonia, abría aquí un discurso iniciático: que a Debussy le gustaba y que a Nietszsche no, sí, pero además, que ella guardaba un secreto más allá de la voz y que aun era tiempo en que mataba cisnes indiferente a sus virtudes.

Escena 3:

Sobre la mesa de la alcoba una caja de cereal inflado. Ella nunca gritaría: se acercó al aparato para descifrar en sus bocinas una huella, los números fluorescentes, los puntos intermitentes del reloj digital, una presencia que suponía siempre ahí y que encontraba sin siquiera poder percibirla.

—No tiene caso, nunca dejarás de posar tus pechos sobre la radio sin decir una sola palabra, atinando con la perilla, de manera mágica e indescifrable, en la estación oportuna—le decía observando su espalda desde la mesa mientras sumergía la cuchara en el tazón, acompañado por Pastorius, y después por Coltrane.

—¿Y Mingus?, y nunca contestaba.

Ella, sigilosa como si se escuchara, vuelve a las sábanas para dormir. Lanza con la mano un beso a la fauce bajo su nariz aguileña y cambia de estación, atinando con bálsamo nuevamente.

—Siempre tu mano escultora como una curación para mi llanto de clavecín—le dice ahora sin esperar nada a cambio y escuchando, solitario en los oídos como siempre, duerme duerme negrito, que tu mama está en el campo, negrito...

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